domingo, 1 de mayo de 2011

Barcelona, la Bella y la Bestia

Recorrido el camino de vuelta desde un mar, mi mar, que añoro con más intensidad a cada año que pasa. Sin embargo, me ha dejado una sensación extraña esa multitud viajera, llena de expectación, avida por conocer y visitar  todo y fervorosa de aumentar su colección de diapositivas fijas, como si la vida pudiera perpetuarse eternamente optimista en esas sonrisas forzadas ante un ojo artificioso que esconde intenciones imprecisas.
Ningún reportero espontáneo de las grandezas de esta ciudad, mi ciudad,  estaba presente cuando me cruce con un joven, tal vez de mi edad, en una calle centrica pero ya oscura. Alrededor las terracitas de los bares con gente sentada que aprovechando el clima benigno charlaban, fent un mos y tomaban mitganes Moritz (se han puesto de moda en los dos ultimos años) congeladas.
Fue un instante, vivido con igual intensidad pero con emociones posiblemente dispares, no lo sabré porque al pasar de largo perdí el derecho a saber más, de él y de mi. Él hurgaba en una papelera y sacó un envoltorio que abrió sin pudor ante la presencia de los viandantes, no llegué a verlo bien pero parecían restos de un bocadillo que mordió sin contemplaciones y seguramente con hambre suficiente. Hacía tiempo que no veía una escena así y creo que me asustó. Pasé más deprisa, si cabe como si su hambruna me fuera a contagiar. Los coches y la gente seguíamos pasando a un palmo de la necesidad sin verla, sin fotagrafiarla en nuestra retina, sin almacernarla con las fotos lindas de los rincones inolvidables de esta ciudad, ¿mi ciudad?.
Paso de la Procesión en la calle Portal de l'Àngel
Mi conciencia me chivo que yo tampoco había estado a la altura pero aunque hubiese querido volver sobre mis pasos no lo hubiese reconocido, una escena sin rostro, un rostro sin nombre...mucho más fácil de olvidar.

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